El romanticismo de los apodos.

Lo vi ayer en plaza del parque en Celaya, yo llegaba y él iba saliendo con su esposa y sus hijos, en otra época fue un gran amigo, quise saludarlo, pero me detuve al instante…. ¿cómo acercarme y decirle: qué onda pinchi Huevo?

Hice como que me entro una llamada al celular y me di vuelta para contestar y el paso de largo, claro que pude acercarme a saludarlo y decir qué onda canijo, pero en ese momento no se me ocurrió.

Puede ser ingenioso, hilarante, cruel, obvio, caritativo, merecido, inmerecido, sarcástico, complicado, temporal, estigmatizante, legendario, transitorio, lapidario, incongruente, hereditario y recurrente.

Puede repercutir en quien lo lleva a cuestas, al grado de borrar todo rastro de su personalidad para verla reducida a una mera asociación de conceptos.

Puede llevarse con orgullo o arrastrarse como una condena.

Efectivamente estamos hablando de los “Apodos”

Es difícil poder explicar su espontaneidad, como es enigmático  el conocer  a sus autores  (en los casos del buen apodo, claro), pero definitivamente lo más interesante es cuestionar su origen como forma de identificar al prójimo. ¿En qué momento surgió un iluminado ser humano quien, aburrido de dirigirse a alguien por su nombre de pila, decidió asociarlo con algún objeto, condición o símil de astuta semejanza? ¿Quién fue ese pionero? ¿Dónde está su estatua, para llevarle flores y mariachis?  ¿Cómo se llamó ése genio?, Y lo más importante, ¿cómo le decían?

Porque en este asunto hay una regla muy clara, el que pone apodos se tiene aguantar cuando se los pongan, y hay que estar preparados para lo que venga, pues no sabemos quién ni con qué intenciones nos va a poner un mote que puede pasar de largo por nuestra existencia o quedarse estacionado en nuestras vidas como una cicatriz profunda.

Pero vamos por partes………..

En primer lugar, el apodo es comodidad. Podemos olvidar fácilmente un nombre, pero la asociación mental que hacemos vía el apodo es, frecuentemente, la base del mismo, en la preparatoria tuve una  amiga durante los primeros semestres, incluso compartimos algunas borracheras pero el problema ahora es que  no puedo por ningún motivo recordar su nombre, solo recuerdo que nos referíamos a ella  como “La Lewinsky” que si bien no tenía ningún parecido con Mónica, si había sido descubierto con su novio en actitudes digamos así pecaminosas, pero su nombre real no vuelve a mi mente, y si ella  no vuelve a aparecer en mi vida, se irá a la tumba (tanto a la real como a la de mi memoria) con ése apelativo.

Y de ahí la comodidad, no es necesario recordar si Fulano escribe su apellido con “s” o con “z”, si es licenciado o nada más pasante, si tiene nombre compuesto o si es tocayo de alguien más,  Basta saber que lo podemos clasificar como El Pelón, El Ojitos o El Tacuches para identificarlo antes terceros y de forma privada en nuestra mente.

Claro está que como recién me sucedió ayer, el problema viene después, al intentar entablar una conversación con dicha persona y darnos cuenta de que sólo nos viene a la mente el apodo. Y es que a menos que la persona se haya identificado a sí misma con un sobrenombre, es imposible dirigirnos a ella con respeto usando nombres asumidos.

“¿Qué tal, Poncho, cómo te ha ido?” “Muy Bien, gracias… eh… Mister

Por cierto, ya saben que si me encuentran en algún sitio y me refiero a ustedes como Mister, es porque no tengo la más inche idea de cómo se llaman, no por mal amigo sino que mi memoria ya no es lo que era, ¿estamos? Y para las mujeres la equivalencia es algo súper naco como “muñeca” o  “preciosa”, a menos claro está de que sean rubias, en cuyo caso siempre serán “La Güera”.

Hoy, en plena era del Facebook y del Twitter, he aceptado como amigos a decenas de personas cuyos nombres y/o fotos (de hace como mil años y kilos)  no me resultan para nada conocidas, y ahí es donde uno se da cuenta de lo importantes que resultan los apodos para facilitar la convivencia humana.

Sólo de esa manera me puedo explicar cómo me hice “amigo” de Las Focas: un par de viejas bigotonas, prietas y resbalosas cuyo contacto social evité constantemente durante mi época de secundaria y que ahora han resurgido en mi vida, mandándome mensajes donde expresan añoranza por esos buenos tiempos de amistad  extrema (en sus memorias, al menos).

Es por ese motivo que estoy por sugerirle a mi cuate Mark Zuckerberg que desarrolle una aplicación que nos permita buscar personas mediante el puro apodo, lo digo porque no recuerdo bien los nombres y/o apellidos del Pitirijas, La Borracha, El Pelos Miados, El Carnitas, La Trompetas, El Huevo, El Abuelo, La Princesa Tamal, El Fofo, El Marro, La Tumbahombres, El Chachalaca, El Monstro, El Maclo, El Capitán Bisagras, La Peluchin, El Demón, El Fabiruchos, La Botellona, La Calditos  y El Melebrio, a muchos quisiera contactarlos y a otros tantos evitarlos, pero de cualquier forma mi único recuerdo se reduce a un apodo, y eso no me  ayuda en estos tiempos modernos.

Y eso que  no estoy tomando en cuenta a las personas que hayan mudado de apodo, o lo hayan romanceado drásticamente….. Es más, voy  a explicar algunos conceptos:

Muda: Simplemente, cambiar de apodo, el apodo más fuerte viene a sustituir al apodo débil y se apodera del individuo, es muy sencillo ejemplo…. tu amigo que era el cuatro ojos y ahora es el pelón, porque ya se hizo cirugía Lasik, pero debido al estrés que el produjo el ahorrar dinero para pagar la misma lo dejo totalmente calvo.  

Otro ejemplo es cuando el cuatro ojos, pasa a ser el Harry Potter para estar a tono con la cultura pop del momento.

Romanceamiento: degeneración pongo por ejemplo a mi amigo Juan Quevedo, que fue bautizado, inmediatamente después de entrar a la secundaria como “El Quepedo”, pero que en la actualidad todos lo conocen como “El Quepez”.

Transitoriedad: Es una condición del apodo que sólo aplica debido a ciertas circunstancias, que pueden ser geográficas (El Escuinapo ostentó ese nombre hasta que se mudó a Guanajuato), sociales (La Cotorrona hasta que se casó), de preferencia sexual (El Mayoyis hasta que nos presentó su novia) o físicas (como La Reata Con Nudo que en cuanto  dio a luz volvió a ser simplemente la flaca), todos estos casos nos indican circunstancias en que el apodo inicial tiene que mutar en uno nuevo por causas mayores.

Herencia: Así como los luchadores se van pasando la máscara y la identidad de generación en generación, ciertos apodos también constituyen una herencia en algunos casos, tal es el caso de mi amigo El Cacotas que  tiene que aceptar el hecho de que su vástago sea conocido como El Caquitas, o como les paso los ilustres profesores de la preparatoria oficial de Celaya El Pelucas y El Chivo, que ahora sus hijos son conocidos como El Chivito y El Peluquín…

Mutación: El apodo en sí no cambia, pero sí su asociación, para este caso pongo el ejemplo de otro profesor de la prepa el maestro Bailón que además de estar bastante prietito y cacarizo usaba  una chamarra de nailon color verde clarito, y rápidamente fue bautizado como El Aguacate, dicha chamarrita le dio bastante batería, pero a fuerza del uso desapareció…. Ahora recién me entere de que las nuevas generaciones le siguen diciendo el aguacate,  pero supuestamente por ser “serio por fuera, maduro por dentro” (muy mamila la explicación pero así es), en fin que uno nunca sabe a qué va a llevar un inocente apodo: en este caso, llevó al maestro Bailón  a un designio más noble y orgulloso que el original. ¡Salve, Aguacate!

Proliferación: Es cuando el apodo se hace tan común y popular que ya no sirve para identificar a nadie, ocurre en climas faltos de originalidad e inventiva.

Este último concepto nos lleva a hablar de la necesidad de ser originales con el apodo, todos los que han estado al menos diez kilos por arriba de su peso ideal han ostentado el apodo de El Gordo, cosa que no es muy efectiva si en el grupo de amistades o conocidos hay puro gordo, de súbito, el apodo confunde en vez de facilitar la identificación del sujeto.

Por eso me desespero cuando mis calvos cuates son designados como el pelón, cuando se les puede bautizar como La Gasolina (cada vez más cara), o El Cabeza de Hueso de Pozole, o el Copete Brillante, por ejemplo, o si usan ciertos peinados estratégicos para ocultar la calvicie, se abren las posibilidades para El Quesillo Oaxaca, El Código de Barras, o El Melón con Fleco, O si de plano no se puede hacer nada y gana el mote del pelón, por lo menos hay que acorrientarlo añadiéndole el “Consuelas” al final.

Otra cosa importante de recordar es no hay que exagerar la originalidad, en la secundaria había un chico al que le faltaba una oreja y sin ningún problema le pudimos poner El  Van Gogh, o El Monoaural, pero a fin de cuentas El Tacita resultó más memorable por mera imagen visual, mi amigo Nito fue conocido brevemente como el Cóncavo, pero acabó siendo El Pompas de Paletero en Bajada (y después nada más El Paletero en Bajada).

Así que nunca desperdicien la oportunidad de apodar, o ser apodados, es un acto de pertenecer ok … me despido no sin antes mandar un cordial saludo hasta donde quiera que se encuentren a El Chiquitete, El Malhecho,  La Perronona, El Tepaches,  El Piiiidro, El Briagan, La Chona, el Yabo, El Umpalumpa, La Señorita Morgue, El Chencho, El Loco, La Tres Marias, La Trompetas, La Pujitos, El Compostin y a Doña Harry La Sucia….. total, es de cariño, ¿o no?

2 pensamientos en “El romanticismo de los apodos.

  1. Luisa dice:

    Tienes todisisisisisima la razón a mi me ha pasado y yo te apoyo con la propuesta para face que podamos buscar a nuestros contactos por el apodo para que complicarnos la vida si puede ser tan fácil como recordar un apodo….jajajajajajaj. Felicidades por recordarnos el Romanticismo de los apodos.

  2. julia dice:

    muy buena tu publicación no pare de reír, coincido que tienes razón en eso de recordar mas los apodos de los amigos de aquellos tiempos que los nombres en realidad. felicidades por tu blog.!

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